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LAS PRUEBAS DE LA SELVA, PARTE II: LUCANOSCURO

POR LUCANO DIVINA PUBLICADO 04-04-2013
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Había decidido ponerle punto final, cuando apenas había escrito la primera frase como líder revolucionario. Prefería un error fugaz antes que un fracaso permanente. El Maestro Virgilio me había abandonado porque yo no era quien él pensaba que yo era. Mis compañeros de celda en el Zoológico de Aqueronte me veían como un tigre senil, luchando contra el imperialismo de su propia vejez. La Revolución Animal tenía que acabarse antes que se convirtiera en mi fin, en mi solitario fin.

A la semana de mi fuga, yo estaba en las afueras de la cárcel de animales buscando la manera de volver a entrar. Tenía un plan infalible: al primer bus escolar lleno de niños que se aparcara en Aqueronte, le rugiría hasta erizar cada uno de mis pelos y luego me lamería mi hocico para saborear tanta carne tierna y manipulable. Acto seguido, los niños llorarían en coro, las alarmas se dispararían en el zoológico, helicópteros de la policía sobrevolarían la escena y los noticieros interrumpirían las emisiones habituales para informar, minuto a minuto, la amenaza del sanguinario tigre suelto. El feliz desenlace iba a ser un dardo tranquilizante aguijoneando mi pelambre, para así producirme un profundo sueño que me sacaría de la pesadilla y me llevaría de vuelta a mi vida en Aqueronte.

Pero… mi poderoso rugido fue obstaculizado por una flemática tos. Acto seguido, los niños se burlaron en coro, lo único que se disparó fue el riego automatizado de las zonas verdes, palomas indiferentes me sobrevolaron y los noticieros continuaron lucrándose ininterrumpidamente con la tragedia ajena. Aunque el desenlace sí incluyó un dardo tranquilizante.

Caí al suelo. La vista se me nubló. El riego automatizado me bañó como una planta más. Justo antes de perder la consciencia, alcancé a percibir la silueta regordeta de Dante corriendo hacia donde yo estaba.

Nunca imaginé que al despertar de la anestesia zoológica, terminaría en el medio de la arena de un coliseo, en algún lugar de la selva, alentado por las miles de mariposas amarillas que me han protegido desde mi fuga. Mucho menos imaginé que mi contrincante en esta batalla de gladiadores que yo no había buscado, era Lucanoscuro. El mismo Lucanoscuro al que había evadido enfrentar en la pasada prueba de la selva.

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Por primera vez, lo escuché rugir. El retumbar del más ruidoso de los truenos era un simple aleteo de una mosca, en comparación al rugido de Lucanoscuro. No solo logró que un agudo zumbido invadiera mis oídos, sino también que el pánico erizara la totalidad de mi pelambre.

- ¡Pruaaa! ¿No me vas a dar las gracias? ¡Pruaaa!

Alcé mi mirada y no estaba un helicóptero de la policía sobrevolándome, pero casi.

- Pajarraco, ¡sácame de aquí!– le dije al Maestro Virgilio, en una época donde todavía no había dimensionado su poder.

- Antes, dame las gracias.

- ¡¿Pero de qué?!

- Tus amigas amarillas y yo te salvamos, por segunda vez, de que te convirtieran en la alfombra de la oficina de Dante. ¡Pruaaa!

- ¡No necesitaba tu ayuda! ¡Quería volver!

- Ah bueno, como todo lo puedes solito, ahí te dejo con tu gemelo malvado- dijo mi maestro, señalando con una de sus alas a Lucanoscuro quien se había abalanzado como un tren sin frenos hacia mí.

Acabé estampillado en uno de los muros del coliseo, como una vil alfombra de pared. Después, caí sobre la arena sin un pelo de aliento o dignidad. Lucanoscuro inmediatamente alzó sus patas delanteras en señal de victoria para lanzar un nuevo rugido majestuoso y, ante mi incrédula mirada, se agigantó. Sí, así como lo leen Amigos de lo Salvaje, tanto él como su musculatura se crecieron algo así como tres metros adicionales, proporcionales al crecimiento de mi miedo. Además, la animada nube amarilla en las tribunas se transformó, en un abrir y cerrar de ojos, en cientos de miles de mariposas negras.

- Es una cuestión de urbanidad- dijo Virgilio mientras aterrizaba en la arena, al lado mío, y enseguida continuó-, si a uno lo invitan a comer, uno da las gracias; si a uno le dan el puesto en un bus lleno de pasajeros, uno dice: “Oh, ¡Pruaaa!, gracias por compadecerte de estas viejas plumas”; y si a uno lo salvan de la cadena perpetua en el zoológico, uno le besa las patas al salvador, pero yo me contento con un simple ‘gracias’… al menos que no quieras mi ayuda para escapar del Coliseo Salvaje.

- Mrafias… Jaracias…- balbuceé, todavía aturdido por la despiadada embestida que me habían propinado, aunque luego saqué fuerzas de donde no las tenía- Gracias, gracias, gracias, gracias, gracias, gracias…

- Entonces, ponte de pie. Ya estás listo para ¡Pruaaa! Y también para pelear.

Obedecí, absolutamente convencido de que el Maestro Virgilio se había equivocado cuando dijo “pelear”, porque lo más probable es que haya querido decir “escapar”. Pero igual quise confirmar:

- Es mucho más fuerte. No tengo cómo ganarle a Lucanoscuro.

- Hoy no vas a ganar. Vas a aprender.

Y si por ‘aprender’ él se refería a que debía dejar que una patada de mi rival se estrellara contra mi espalda, con el mismo poder de una bola de demolición, pues aprendí muy rápido. Y gracias a mi nueva humillación que me dejó de rodillas en la arena, Lucanoscuro volvió a crecer varios metros más y a recibir una unánime ovación de las mariposas negras.

- Virgilio… tira la toalla.

- Esto no es boxeo. Aquí no gana el mejor, aquí muere el ¡Pruaaa! Aquí muere el que no sepa quién es su rival.

- ¡Sé quién es y por eso quiero irme de aquí! Él me dice que lo posible es imposible- hice una breve pausa porque creí ver que Lucanoscuro se había reducido un poco de tamaño; enseguida continué -, él me asusta con la muerte, él me llena de prejuicios, él infla mi vanidad ante logros minúsculos, él minimiza los logros de los demás, él hace ruido cuando necesito silencio. ¡Sé quién es!

Con cada palabra mía, Lucanoscuro fue reduciéndose más y más. Como medida desesperada intentó volverme a atropellar para callarme de un sopetón, pero él y su hercúlea musculatura se fueron disminuyendo con cada paso hacia mí, hasta terminar del tamaño de una virulenta pero indefensa hormiga. A su vez, las mariposas volvieron a ser amarillas y en esa oportunidad el aclamado fui yo.

La confianza en mí mismo había renacido de las cenizas. Había pasado de una obvia derrota a una probable victoria por goleada. Me reí de Lucanoscuro y su insignificancia; quise aplastarlo de un pisotón. Sin embargo, mi displicencia lo hizo volver a crecer en un santiamén, aunque a unas dimensiones que ni siquiera los rascacielos han alcanzado; luego, me encajó un golpe, usando tan solo un dedo, que me lanzó a varios kilómetros fuera del Coliseo Salvaje.

Y sí, esa batalla la ganó Lucanoscuro, pero conocí su mayor debilidad: él es fuerte solo cuando le temo.

Hasta una próxima verdad humanamente irracional, Amigos de lo Salvaje.

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Comandante Macondo de la Revolución Animal

Selvas de Suramérica, abril 04 de 2013


* Si te apetece un delicatesen de estupideces humanas, la recomendación del chef es que leas su libro ‘El Príncipe Azul abre puertas, el Bufón abre piernas’, el cual encuentras en iBooks, Amazon, Google Play y Kobo (English version available).

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