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LAS PRUEBAS DE LA SELVA: EL BREBAJE DE GAIA

POR LUCANO DIVINA PUBLICADO 25-01-2013
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Abrí los ojos y la pesadilla continuó. En la mañana siguiente de mi fuga del Zoológico de Aqueronte, estaba muy lejos de la jaula de Dante, pero también estaba muy cerca de la pérdida de mi cordura. Había hecho un giro radical en mi vida, justo en el ocaso de mi vida… Debía liderar una Revolución Animal donde, hasta el momento, el único inscrito era yo, un tigre viejo que ni siquiera conocía la selva. Según el Maestro Virgilio, debía liderar ese espejismo, en vez de disfrutar mi merecida jubilación…

Ya me habían advertido que el guacamayo despelucado, tenía un tornillo suelto. Sus delirantes relatos sobre la sabia Gaia escoltando nuestros caminos, eran el centro de las burlas de las hienas en Aqueronte. Aunque yo, quizá por cortesía o quizá por ingenuidad, le encontraba sentido a lo que me contaba y dejé, por muchos años, que me lavara el cerebro. Incluso, en la madrugada de un 3 de septiembre, decidí llevar a la realidad sus chifladas enseñanzas y fue por eso que terminé escondido, como un vulgar ladrón, en la cima de un macondo que tenía mariposas amarillas en vez de hojas (¿Qué se habrá fumado la Madre Naturaleza cuando creó ese árbol?).

- ¿Y cómo amaneció El Elegido? ¡Pruaaa! -dijo Virgilio mientras se posaba, sonriente, sobre una rama.

Le lancé mi sombrero, con todas mis fuerzas, como respuesta; él, sin mucho esfuerzo, lo esquivó.

- Muchachas, tienen razón -dirigió sus ojos de dos colores a la inmensa nube de mariposas amarillas y luego añadió-: el viejo tigrillo tiene reflejos de gatito.

Lancé un rugido, con todas mis fuerzas, como respuesta a mis roommates; ellas, sin mosquearse, me lanzaron de vuelta mi sombrero.

No quise alentar al insistente guacamayo a que continuara desvariando, con el supuesto llamado que la Madre Naturaleza me había hecho. Por ello, le di la espalda y salté hacia una rama lejana del macondo.

- ¡Pruaaa! Me acaban de poner quejas tuyas. ¡Pruaaa!

Puse mi sombrero sobre mi rostro y simulé que volvía a dormirme.

- Ellas dicen que, muy amablemente, te dieron posada y tú ni siquiera das los buenos días. Dicen que no te has ganado el desayuno que te hicieron.

Después de ese reclamo, quien rugió, con todas sus fuerzas, fue mi estómago. Llevaba horas sin conocer bocado porque desconocía cómo se conseguía alimento en la selva y, ante eso, corrí a decir:

- Buenos días. ¿Dónde está la comida?

- Es una por una, tigrillo, una por una.

El hambre me obligó a obedecer. Saludé a cada una de las ocho mil ciento sesenta y un mariposas amarillas, mientras Virgilio me observaba con sorna. Acto seguido, me abalancé a devorar el suculento bufé compuesto por un exquisito pan de amapola, pinchos de ojo azul, ricas piernas de supermodelo asaditas y… y había un extraño brebaje…

- Es malteada de ¡Pruaaa!

- ¿Prua? –dije, abrumado por el sublime aroma de ese líquido verde y espeso.

- Yerbabuena. Pero no te distraigas en el árbol, mira el bosque. Mira el vaso.

Era un vaso hecho con piedras de amatista, topacio, ágata y lapislázuli. También tenía en su base, una delgada lámina de esmeralda con cinco nombres inscritos: Homero, Ovidio, Horacio, Gabo y Lucano.

- ¡Pruaaa! Son Los Elegidos.

- ¿Ah sí? ¿Y por qué no está Neo ni Harry Potter en la lista?

La verdad, no le creí. Me bebí la malteada, solo porque tenía sed.

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Al primer sorbo, me sentí distinto. Mi pelambre se erizó. Mis oídos oyeron la respiración de las flores. Mi olfato percibía el olor de una lluvia futura. Mi lengua disfrutaba del brebaje que Gaia me regalaba, hasta que… un súbito chorro de sangre viajó para explotar en mi cerebro… En ese instante, lo invisible se volvió visible, aunque no solo para mis ojos sino también para mi alma animal.

Escuché el grito de millones de Amigos de lo Salvaje que cayeron vencidos, en los platos de comida de la humanidad. Sentí la ausencia de innumerables árboles, los cuales fueron talados y obligados a reencarnar en libros de autoayuda. Olí la ambición que hablaba de un mejor planeta para las futuras generaciones, pero que en realidad nada más le importaba su generación. Vi a un felino oscuro, muy oscuro, que trepó el macondo para situarse justo al frente mío y desafiarme con su mirada.

- ¿Quién invitó a la pantera?

- Tú –señaló mi maestro- y no es una pantera. Mírala más de cerca.

Es cierto, era otro tipo de felino porque su pelambre negro tenía rayas blancas. Su tamaño nada más lo podía tener un tigre de bengala. Lucía un sombrero vueltiao, aunque era una imitación china. Sus ojos parecían dos llamas de fuego, pero eran fríos.

- ¿Esto es real? –pregunté, escondiendo al tiempo mi mirada en el suelo.

- ¿A quién conociste?

- A quien no sabía que existía.

- Bueno, ahora invítalo a desayunar, porque todavía queda del bufé y se está ¡Pruaaa!

Permanecí en mi sitio, no sé si por temor, no sé si por vergüenza.

- Reconocer que Lucanoscuro existe en ti, es la más ¡Pruaaa! de las ocho Pruebas de la Selva. Así que deja de chillar y termínate tu desayuno…

Ya no tenia hambre. Salté a una rama que me alejaba del guacamayo despelucado y sus brebajes extraños.

- ¡Has hecho enfurecer a mis plumas! Tal vez me equivoqué contigo, Lucano Divina. La sabia Gaia no tiene entre sus Elegidos, a un cobarde.

Virgilio alzó vuelo, batiendo sus alas con rabia. Lucanoscuro desapareció sin dejar rastro, aunque yo sabía que muy pronto lo volvería a ver.

Hasta una próxima verdad humanamente irracional, Amigos de lo Salvaje.

Lucano_Divina-Sello_Oficial.jpg

Comandante Macondo de la Revolución Animal

Selvas de Suramérica, enero 25 de 2013


* Si te apetece un delicatesen de estupideces humanas, la recomendación del chef es que leas su libro ‘El Príncipe Azul abre puertas, el Bufón abre piernas’, el cual encuentras en iBooks, Amazon, Google Play y Kobo (English version available).

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