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LOS CINCO SECRETOS QUE ME CONTÓ GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

POR LUCANO DIVINA PUBLICADO 27-04-2014
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Mi guarida fue sacudida por un furioso temblor el jueves antepasado. El tronco del macondo que sostenía mi hogar amenazó con quebrarse en dos, luego de que miles de grietas aparecieran en su saludable corteza, como si fueran arrugas que se apoderaran de la piel de un bebé. Creí que se iba a desplomar. A pesar de estar en tierra firme, el vaivén me hizo sentir en una tormenta de altamar. No pude correr a ponerme debajo del marco de una puerta para autoengañarme que estaba a salvo. Quise rugir por ayuda, pero las mariposas amarillas me habían abandonado, dejando las ramas del árbol completamente desnudas, temerosas de ser contagiadas por el aroma a muerte. O al menos así lo pensé.

Algo había perturbado a la sabia Gaia. Los bombillos de las luciérnagas se fundieron. La luna no quiso salir. El aire estaba más pesado que el ego de un político. Los tucanes maullaban. Los titís ladraban. Las ranas relinchaban. El orden natural se había desbarajustado; y no retornó a su cauce ni siquiera cuando el suelo dejó de moverse como niño con sobredosis de azúcar.

Bajé de mi tambaleante casa en el árbol, para posar un oído sobre el pasto. Y sí, la respiración de la Madre Naturaleza seguía ahí, aunque un tanto entrecortada. Solo cuando alcé mi mirada para toparme con las mariposas de mi guarida tapando las estrellas, entendí. Era la única nube en el cielo. Una nube amarilla que tenía la forma del rostro de Gabo. Intenté expresar mi lamento con un poderoso rugido, pero de mi hocico salió el canto de un gallo.

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Gabriel García Márquez era su nombre. Sus amigos y los confianzudos lo llamaban ‘Gabo’. Yo hacía parte del segundo grupo, porque mi único argumento para considerar que integraba su círculo más cercano, era que a menudo se solía tomar unos whiskeys con mis padres. Sin embargo, eso no impidió que inflara mi pecho cada vez que salíamos con él a cualquier sitio público, como si fuera su mejor amigo, mientras una habitual horda de fanáticos aparecía repentinamente por distintos flancos en busca de su autógrafo. No había leído ninguno de sus libros y me consideraba su amigo del alma. Hasta que en otra noche de whiskeys en la que nada más me permitieron tomar gaseosa, me preguntó:

—¿Qué te estás leyendo?

Miré a mis lados, suponiendo que no se estaba dirigiendo a un tigrillo que se había infiltrado en una reunión de adultos. Supuse mal:

—No intentes salvarte diciéndome algo que te asignaron en el colegio.

—No me gustan tus libros. La letra es muy chiquita y no tienen dibujos.

—Sigues sin responderme, ¿qué te estás leyendo?

—Condorito, Mafalda, Calvin & Hobbes…

Esa fue la primera conversación que recuerde haber tenido con el que ya había sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1982. En la segunda, tercera y demás ocasiones que charlamos durante mi niñez y mi pubertad, la dinámica no fue muy distinta. De hecho, siempre iniciaba haciéndome la misma pregunta, lo que me obligó a estar preparado. A medida que iba creciendo me acuerdo haberle mencionado Los cuentos de los hermanos Grimm, El principito, Alicia en el país de las maravillas, Los viajes de Gulliver, Matar a un ruiseñor, Rebeldes, El señor de los anillos… También me acuerdo que una vez quise ruborizarlo cuando le di una respuesta que yo consideraba sorpresiva:

—Playboy.

—Si porno es lo que estás buscando, quizás debas leer Cien años de soledad. —Gabo se silenció por un instante, únicamente para poder acercarse y secretearme al oído— Hazlo antes de que lo quemen los dueños de la moral.

Las feroces hormonas de mi adolescencia me suplicaron que le hiciera caso a Gabo. Aunque antes le pedí consejo a mi abuela, debido a que ella solía ser mi faro de la moralidad. Me lo prohibió. Cien años de soledad estaba en su lista negra. Paradójicamente mi abuela admiraba a Gabo, pero prefería que no lo leyera. Tal vez por eso fue que no dudé en zambullirme de cabeza en el universo macondiano. Nada más delicioso que lo prohibido. En mi memoria quedaron dibujadas las teticas de perra de la mulata adolescente, los chillidos de gata en celo de Amaranta Úrsula cuando gozaba de placer, el descomunal miembro viril de Aureliano Babilonia que una vez usó para llevar en equilibrio a una botella de cerveza y la peligrosa virginidad de Remedios, la bella, que causó la trágica muerte de cuatro hombres… En especial, me quedó grabado a fuego lo que produce el abandono en un pueblo, al punto que a sus habitantes puedes venderles imanes, lupas y catalejos como los últimos inventos de los sabios babilonios, cien años después de habérselos vendido a sus primeros ancestros usando la misma publicidad engañosa…

Un par de años más tarde, cuando le pedí a Gabo que me regalara un trozo de hielo del baúl de Melquíades, que fungiría como amuleto en mi propio camino como escritor, él prefirió darme cinco secretos que ahora les revelo a ustedes, mis Amigos de lo Salvaje, por si alguien más les son útiles en la carrera de las letras:

1) “Lee, lee y lee. Ah, y también lee. Unas veces leerás para abrir ventanas de universos que desconocías o que quieres volver a ver, y otras veces leerás con el destornillador en la mano para entender cómo carajos fue que se escribió eso”.

2) “Cuando tenía tu edad creía que una novela la terminaba en una noche de inspiración. Los bríos de la juventud me hacían creer que solo necesitaba café, cigarrillos y mi máquina de escribir. Pero también necesitas sueño. Descansa, porque de lo contrario a la mañana siguiente vas a estar tirando a la basura lo que hiciste en el trasnocho”.

3) “La única forma de mantener al lector enganchado, es que tú también lo estés. Si te aburres escribiendo, el lector se aburrirá leyendo. Asimismo es la única forma para que tu trasero resista la silla durante los meses que tarda cocinar un buen libro”.

4) “Ponle imágenes a tus letras. No me digas que un río tiene piedras muy grandes, dime que las piedras de ese río parecen huevos prehistóricos. No me digas que me serviste un whiskey sin hielo… estoy hablando en serio, muchacho, tráeme hielo para este whiskey y este calor…”.

5) “Escribe impulsado por la idea de que estás creando lo mejor que se ha escrito nunca. Al final, algo quedará de esa idea en tu historia”.


El pasado jueves 17 de abril de 2014, Gabo se fue para no volver. Las mariposas amarillas de mi guarida, sus mariposas amarillas partieron con él, escoltándolo hacia el otro mundo. Sin embargo, quiero creer que él pronto resucitará porque no podrá soportar la soledad, trayéndonos de paso una bebida que cure la peste de melancolía causada por su partida… Gracias, Gabo, Maestro Gabo, fue y seguirá siendo un honor haber sido uno de tus alumnos. Sé que ya estás disfrutando la parranda vallenata que te tenían preparada en Macondo.

Hasta una próxima verdad humanamente irracional, Amigos de lo Salvaje.

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Comandante Macondo de la Revolución Animal

Selvas de Suramérica, abril 27 de 2014


* Si te apetece un delicatesen de estupideces humanas, la recomendación del chef es que leas su libro ‘El Príncipe Azul abre puertas, el Bufón abre piernas’, el cual encuentras en iBooks, Amazon, Google Play y Kobo (English version available).

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